domingo, 3 de enero de 2016

Mi camino hacia el ateísmo - Etapa 7 / 9


Etapa 7:  No creyente en deidades ni en nada sobrenatural

En la anterior etapa expliqué que mi postura apática la hubiera seguido conservando para siempre, de no ser porque  algunas veces me vi enfrentado a la necesidad de explicarla.  Muchas veces  me preguntaban el porqué de mi ateísmo (Que en realidad aún no lo era) y salí del paso diciendo que esa sería una conversación sin ninguna utilidad y que por lo tanto no valía la pena tenerla, pero al menos en tres ocasiones elegí debatir y gracias a ello pude dar un paso más en la dirección que considero correcta.

Digo que aún no era ateo porque me faltaba negar algunas cosas clave todavía, y porque la mía era una postura principalmente pragmática, para nada filosófica ni mucho menos teológica.  Para entrar en esos pantanosos terrenos tendría que haber leído mucho y no tenía la menor voluntad de hacerlo (También por motivos pragmáticos, porque en caso de haber ganado algún debate gracias a lo leído, ¿Qué hubiera ganado?  Absolutamente nada diferente a un mero debate).

Encuentro mi postura de entonces muy afín a esta declaración que dio Fernando Vallejo en una entrevista:

"¿Quién entiende usted por Dios? Entonces usted me dice: "el que hizo el mundo" y "este señor es eterno". ¿Y por qué no puede ser el mundo eterno? Si usted puede aceptar la eternidad de alguien, pues también puede aceptar la eternidad del mundo. Entonces es la vuelta del bobo, es una explicación que no explica nada, ¿y para qué sirve? Dios no nos sirve para explicar cómo surge la materia, cómo surge la vida. [...] Ahora bien: supongamos que Dios existe. Dios sí existe. Le voy a dar a usted la razón entonces si quiere. Pero no sirve para un carajo: si no, mire cómo estamos de jodidos."

Entonces, en esos años yo hubiera podido afirmar: "No importa si dios existe porque, si existe, no sirve para un carajo", todos los días encontraba ejemplos para sustentarlo y por lo tanto evité tener cualquier discusión sobre el tema, salvo por algunas contadas excepciones, entre las que se encuentran estos tres ejemplos: 



1. El yugo desigual - 2005

Ana se llamaba una mujer que conocí en mis años viviendo en Riohacha, a la que quise cortejar tras recibir algunas señales positivas.  Al final el asunto no avanzó nada porque ella era cristiana practicante, voluntaria de su iglesia, creyente convencida en las palabras de su pastor como hombre iluminado directamente por dios, y yo era un infame ateo que se iba a condenar y ella no podía estar en un yugo desigual, es decir, estar ennoviada con un inconverso.

La intención de tener novia murió allí, pero debo reconocer que Ana se esmeró en encontrarle solución a este inesperado y muy fuerte obstáculo y la que encontró fue tratar de convertirme.  Es evidente que falló.

Este evento es crucial en mi proceso porque ella realmente quería conocer en detalle cuál era mi postura para entender cómo me podría ayudar, de manera que se interesó por preguntarme detalles sobre lo que pensaba, creía y decidía, y yo le respondí.  Recuerdo que a pesar de no estar especialmente preparado para debatir aquello, fue relativamente sencillo desbaratar cualquier argumento que ella tuviera para intentar convencerme de convertirme, ya que no lo hacía desde la teología ni desde la trascendencia, sino desde el bienestar, la felicidad y el gozo que creer en dios proporcionaba, de las virtudes que permitía, del optimismo con que llenaba la vida, etc.  Desde el punto de vista de lo pragmático y del apateísmo en el que tan a gusto me encontraba, es posible llegar a las mismas conclusiones  y el mismo bienestar sin recurrir a deidades.  Ser feliz no solo es fácil, sino que en ello solo interviene la decisión personal de cada quien.

Con este ejercicio vi clara una fisura en uno de los argumentos más utilizados para demostrar la existencia de dios o las bondades de cualquier congregación religios (argumento muy usado por mi familia) y es que pueden tener efectos positivos en la vida de las personas.  Básicamente, aprendí a contradecir los siguientes razonamientos falaces:

Mi vida era vacía y sin propósito
Comencé a creer en dios / abracé la religión / etc
Ahora siento que mi vida tiene un propósito y la siento llena de luz
Por lo tanto, dios existe

Yo era una persona superficial /materialista / alcohólica /cualquier defecto o vicio
Comencé a creer en dios / abracé la religión / etc
Ahora soy una persona sensible, sana y solidaria
Por lo tanto, dios existe


Este es un buen ejemplo de tratar de demostrar una conclusión falsa a partir de premisas verdaderas, un error de lógica en el que caen las personas religiosas con bastante frecuencia, y en el que quieren hacer caer a todo aquel que (por la razón que sea, a veces por pura cortesía) se disponga a escucharlos, sobre todo cuando están empeñados en hacer misión.

2. La aldea y la misión: 2005

En ese mismo año, tuve la oportunidad de pasar un mes con mi abuelo (El mejor ser humano que conozco, una persona tremendamente religiosa, que no ha visto ninguna incompatibilidad entre mi ateísmo y su religiosidad) en el lugar que él escogió para vivir sus últimos años.  A ese lugar lo llaman "La Aldea", una finca preciosa en la que habitan varios voluntarios que, junto a otros que moran más distantes, ejercen y viven su religión católica de una manera muy intensa y sincrética, con aires de pueblo elegido, creyendo en la medium de los mensajes multipropósito, todo esto de una manera que no logro entender (léase esto en los dos sentidos posibles) y dedicando tiempo a hacer misión.  No doy más detalles porque en realidad no los conozco (no he querido conocerlos), mi interés por estar allí se reduce a que quiero estar en el lugar en el que estén mis abuelos, sea el que sea; no participo de su experiencia religiosa pero tampoco intento torpedearla.

Pues bien, en el mencionado lugar me encontraba yo acompañando a mi abuelo en el año en que grabé los videos con los que inicié su blog.  También se encontraba un grupo de jóvenes entusiastas dedicando unos buenos años de su vida a vivir allí su experiencia religiosa de una manera muy curiosa: Siendo jornaleros voluntarios.  Esa temporada, este grupo de jóvenes sintió curiosidad por saber por qué yo era ateo y me propusieron que se los explicara.  Entonces tuvimos una pequeña tertulia.

Veo en retrospectiva que en esa ocasión me encontraba más estructurado y coherente de lo que había sido con Ana unos meses antes (Había estado leyendo) y también que mi discurso era un poco más centrado en sí mismo y no uno contra-algo o defendiéndome-de-algo, que resulta muy débil y no se sostiene en el tiempo si "ese algo" cambia o desaparece.  De manera muy natural trascendí mi postura pragmática a una más en los terrenos del agnosticismo, afirmando que toda discusión sobre la existencia de dios no solo era irrelevante sino también infructuosa y bizantina porque trataba de un tema que no se podía conocer y que los 2000 años de tradición en los que no se ha encontrado la respuesta definitiva, pese a que varios la han buscado desesperadamente, eran suficiente evidencia para demostrar que nunca se iba a encontrar.

Debo reconocer que fue grato que la discusión no se centrara en lo que dijera la biblia o lo que dijera la iglesia (Como había sido la discusión con Ana), lo que me hubiera generado mucho cansancio como para continuar.  Tampoco mostraron la religión en ese detestable papel de "secuestradora de la moral" (como si no pudiera haber una moral secular) que también me generaban cansancio.  en lugar de ello, se focalizaron en preguntas del tipo ¿No piensas que sería muy triste que después de la muerte no hubiera nada?  ¿No te sientes amado por dios al contemplar la naturaleza/ la vida /tu familia...?  ¿Cómo sería entonces esa sensación de no ser especial, de ser solo un montón de carne que morirá? ¿No te sientes más tranquilo al saber que el tiempo de dios es perfecto, que tiene un plan para nosotros? ¿Es que no crees en el alma?

Mi respuesta se centraba en mostrarles que estas preguntas, además de insidiosas (con su formulación presuponen la existencia de deidades), tenían respuestas personalizadas que cada quien podía considerar válidas y reducía todo el tema a un simple "Creo en esto porque me hace sentir bien", pero eso no significaba fueran verdad ni que permitieran siquiera acercarse a la verdad.  Muchas personas siguen una religión porque en ella se está a gustito, aunque estén en desacuerdo con la mayoría de lo que predican y aplican.

Esta tertulia me permitió estar seguro de que ya no estaba en esa difusa fase de sentirme "Espiritual pero no religioso" en la que me encontraba años antes. Ya me encontraba NO CREYENTE en deidades, pero aún faltaba el paso adicional de poder afirmar que no existían. También me permitió debatir argumentos falaces como los siguientes :

Tengo miedo a lo que pueda ocurrir después de la muerte
Creer en dios me da una respuesta reconfortante sobre lo que me ocurrirá
Por lo tanto, dios existe

Me gusta sentirme especial y amado
Creer en dios me hace sentir especial y amado
por lo tanto, dios existe


Estos argumentos falaces también son muy usados por la gente religiosa.  Hábilmente confunden "demostrar que existe" con "demostrar que es deseable que exista".  Un dios que exista es una idea muy deseable para muchas personas, pero esa deseabilidad no lo hace más real.


3. La muerte de Carín - 2006

Yo tenía 30 años y ya había avanzado bastante en este camino cuando falleció mi hermanita.  He dicho que esta fue una prueba de fuego porque súbitamente me enfrentó a eventos en los que la religión suele tener el papel protagónico de dar consuelo y ofrecer respuestas a algunas preguntas inquietantes.  Además de ello, si bien el proceso de duelo personal se puede mantener al margen de esa contaminación, el duelo familiar y grupal, si la familia es muy religiosa, como en mi caso, y aunque haya individuos no religiosos, es impensable sin recurrir a la religión.  Si hay personas que solo son religiosas en esporádicos momentos de su vida, sin duda algunos de esos momentos se relacionan con la muerte de seres queridos.

Entonces, súbitamente me enfrenté a la necesidad de consolarme, consolar a mi familia, participar de los eventos rituales que habían escogido, respetar las diferentes manifestaciones de espiritualidad y religiosidad de cada uno, dentro de su propio proceso de duelo, sin renunciar a mi postura, todo esto dentro del marco de "estar presente y estar unidos" que tuvimos y que hicimos bien.  Fue un proceso del que aprendí mucho.

Voy a abordar este periodo desde varios aspectos:

Un dios que permite el sufrimiento:  Conozco el caso de personas que se han vuelto ateas porque han perdido un ser querido (u otra noticia similar) y no comprenden la razón de ese sufrimiento ni cómo creer en un dios misericordioso que lo permite.  También conozco el caso de otros que han abrazado la religión (o fortalecido la existente) justamente después de haber perdido un ser querido o vivido eventos atroces.  Alrededor de nuestra noticia hubo muchos del segundo grupo que pensaban que yo era del primer grupo y me invitaban al segundo.  "Busca a dios que él te dará consuelo", me decían.  Pero yo buscaba consuelo por otra ruta, y también lo encontré.

Esa situación me mostró la multidimensionalidad y complejidad del proceso general de llegar al ateísmo y de muchas particularidades por las que afortunadamente yo no tuve que pasar (que vine a conocer a fondo en las siguientes dos etapas que faltan).  Esta, en especial, me parece simplísima: tratar de argumentar la existencia o inexistencia de dios basados en que permite el sufrimiento o en que tiene un plan para ello es, desde mi postura pragmática, una de tantas discusiones bizantinas que ronda un tema que no tiene respuesta.  Es una respuesta comodín, que intenta responder a todo sin responder realmente a nada.   Es como si a la pregunta "¿Por qué sucede esto?" se respondiera "Sucede por algo!"

Un dios que consuela: Escuché muchas frases dichas con la intención de consolar, bien desde la propia doctrina o bien desde la tradición, pero es claro que todas son dichas basados en un deseo inmenso de que sean ciertas, no en una certeza de que lo sean.  La religión es polivalente a la hora de responder las preguntas sobre la vida después de la muerte, de manera que todas sean respuestas que justamente la gente está ansiosa de escuchar.

Cuando estuve en La Guajira me sorprendió mucho la manera en que allí se vivía el tema de la muerte, tanto en su dimensión religiosa como en la cultural, y tanto en la esfera personal como en la familiar y social.  No entraré ahora a describirlo, solo diré que se vive de una manera mucho más intensa (en algunos casos me pareció exagerada).  El dolor expresado alrededor de la muerte requiere entonces un consuelo acorde a esa intensidad y por ello la religión tiene tanto protagonismo, tiene mucho trabajo por hacer.

Pero el sufrimiento, como la felicidad, es opcional; una persona que decida no sufrir no necesitará esa ayuda, y tal fue mi caso.  No quiere decir esto que no sentí dolor con la muerte de mi hermana (sentí muchísimo), pero lo asumí como el evento natural que es, que es parte de la vida, convencido de que que yo podía con una sonrisa honrar su memoria y sentirme agradecidos por lo vivido, que podía recordarla feliz y recordarnos felices gracias a ella.  Entonces, hay tristeza por la ausencia, pero no hay sufrimiento, y por lo tanto no se requieren pociones mágicas ni palabras específica para que pare de sufrir (El hecho de que exista una iglesia con ese lema da a entender que tienen muy bien identificada su población destino).

Así como el cristianismo te vende la solución para el pecado (un problema que el propio cristianismo creó), también te ofrece consuelo para un sufrimiento derivado de la concepción cristiana de la muerte.  Es un círculo vicioso, un negocio redondo, y algo similar resulta de cualquier situación que genere estrés: el miedo a la propia muerte, las dificultades financieras, incertidumbre laboral, crisis familiares, enfermedades...  para todo ello la religión ofrece consuelo como respuesta, siempre y cuando la pregunta se formule invocando su intervención.  La clave para salirse de esa dependencia está en no formular esas preguntas.

Volviendo a mi proceso, este evento (aunque doloroso) me permitió aprender mucho más y dar el paso definitivo en la dirección correcta.  Podría decir que al final de esta etapa ya era ateo, pero la idea la desarrollaré en la siguiente entrada.  Por lo pronto, comparto estos argumentos falaces que pude controvertir gracias a esta etapa:



Algo terrible me ha sucedido y estoy triste
Creer en dios me dará consuelo
Por lo tanto, dios existe

No logro entender por qué fallecen nuestros seres queridos y eso me pone triste.
Creer en dios me dirá que no necesito entenderlo, que es su plan y es perfecto.
también me dirá que mi ser querido está bien, en un lugar mejor, feliz.
quiero creer eso porque me reconforta.
por lo tanto, dios existe.



Como  queda evidente, estas afirmaciones no demuestran que dios exista, solo lo hacen una entidad deseable para muchas personas.
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Leer etapa 8. Ateo débil
Leer etapa 9. Ateo militante